martes, 10 de agosto de 2010

Un día gris


En aquel banco la vio por primera vez. Un día nublado, de esos grises que no invitan más que a estar en casa disfrutando del calor de la chimenea encendida.
Pero nada le ataba a ese hogar vacio. Todo le decía que debía salir de allí. Caminar sin rumbo es lo que hizo; esperando encontrarse con él mismo. Reencontrar al hombre que fue, ese que tanta satisfacción le traía. Éxitos, pasión, amor. Todo aquello que perdió sin darse cuenta años atrás.
Y sin esperarlo allí se vio… paseando por ese parque casi vacío. Casi, porque allí la vio a ella. Sentada en un banco; separada del mundo. Porque su imagen así lo demostraba. Cabeza agachada, mirada perdida. Sin darse cuenta de lo que la rodeaba. Era como verse a si mismo- pensó él-. ¿Se encontraría ella en su misma situación?. Quien lo sabría; pero allí estaba sola y sin la imagen de que esperara a nadie.


Él se sentó en un banco cercano, y comenzó a observarla. Con una vista se hizo idea de cómo era. Más o menos tendría unos 30 años. Él ya se acercaba a los 34. Su melena negra, larga y ondulada le gusto. Y solo deseaba que levantara su mirada para poder ver el color de sus ojos. Pero ella se encontraba con sus manos entrelazadas sobre sus piernas cruzadas. Mirándolas , y no había manera de atisbar esos ojos que tanto deseaba ver.

Los minutos pasaban y cada vez él se impacientaba más… no podía siquiera ver una sonrisa en sus labios. Ella los apretaba, reflejaba tanto dolor que él sintió como su corazón se encogía. Por un momento se estaba olvidando de lo mal que estaba y de todos sus problemas, porque sabía que aquella bella mujer estaba pasándolo mal. No tenía la respuesta a porque sucedía aquello, pero solo deseaba poder librarla de ello.

Ella aferro su bolso, y por fin levanto la mirada. Unos ojos verdes intensos se cruzaron con los suyos. Inmensos, solo deseo adentrarse en ellos y llegar al centro de sus pensamientos. Ella le sostuvo la mirada unos segundos, de manera inquietante le pareció que ella le miro como si esperara conocerle. Pero en cuestión de un instante, su mirada volvió a bajar apagada.

Saco de su bolso algo, él al principio no podía ver que era. Lo sostuvo apretado entre sus manos. Hasta que distinguió que se trataba de una fotografía. Quien era, no podría saberlo. Pero sobre esa foto comenzaron a caer lágrimas. Él pudo imaginar mil cosas; uno de sus padres, un hijo, un amor… Lo que solo llegaba a comprender es que era alguien por quien aquella joven sufría su perdida.
Su corazón le impulsaba a levantarse y acercarse a ella. Poder consolarla y hacer que no se sintiera sola. Pero sus pensamientos se volvían demasiado racionales, y le decían que no lo hiciera porque solo podría conseguir su rechazo. Quizás era el miedo a esto último lo que hacía que no diera un paso en su dirección. COBARDE- se repetía una y otra vez en su mente-.

La noche comenzó a llegar, y la niebla empezó a rodearles… cada vez más densa. ¿Cuánto tiempo llevaba allí sentado observándola?-se pregunto-. Una, dos, quizás tres horas ya. Pero solo pensaba en que le parecía poco.

Ella cuando menos lo esperaba, se levanto. Despacio (como quien no puede ni con el peso de su cuerpo porque ha perdido toda esperanza y las ganas de seguir adelante), comenzó a rodear el banco en el que se encontraba sentada, situado junto a la carretera. La niebla ya era demasiado espesa como para que él divisara bien su partida. Su contorno se fue desvaneciendo según avanzaba. Pero un miedo superior a él, le hacía seguir pegado a aquel banco en el que estaba sentado.

La imagino andando entre la niebla, hasta que un sonido muy fuerte, un golpe y frenazo seguidos hizo que saltara del banco. Corrió hacia la dirección del ruido; el cual venia del mismo sitio en donde ella se perdió tras la niebla. Y allí la encontró tirada sobre el asfalto. Sin pensarlo se acerco a ella, pero no se movía… intento notar su aliento, su respiración. El conductor bajo del coche rápidamente.

-Lo siento, no la vi, apareció de la nada- se lamentaba el pobre hombre aun asustado-.

En ese momento él lamentó no saber su nombre para poder llamarla, hacerla reaccionar. Pero supo enseguida que la vida de ella se escapaba entre sus manos sin poder hacer nada. Solo podía acunarla, y no dejarla morir sola. Tan sola como la encontró en aquel banco. Y pareció por un momento que ella se lo agradeció, porque entre todo su dolor; ella entreabrió aquellos ojos verdes que le hipnotizaron al verlos por primera vez. Y con una mirada como de agradecimiento y placidez, volvió a cerrarlos para siempre.

-COBARDE, COBARDE, COBARDE- volvió a repetirse una y mil veces, con ella entre sus brazos-.

Cobarde por no haber combatido sus miedos, y haberse acercado a ella cuando aun podía y haberla llegado a conocer. Pudiendo haber evitado su soledad, y la que él tenía hace demasiado tiempo. Cobarde por no saber ver las oportunidades que la vida pone a veces en el camino de uno. Y por haberla perdido, sin haber llegado a ser suya. Solo tenía claro, que jamás olvidaría aquella última mirada que ella le dirigió. Y en su corazón y mente viviría eternamente […]

El tiempo pasó. Y él volvía cada año en la misma fecha a sentarse en aquel banco. Para recordarla y mantener vivo su recuerdo. El recuerdo de aquella desconocida, que le hizo sentir y le enseño a no volver a vivir con miedo. Todos sus éxitos posteriores fueron por ella. Y así se lo seguía agradeciendo. Y seguiría haciéndolo el resto de su vida.

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